SOBRE BARCOS E ISLAS

Nos hemos reunido esta noche de verano para celebrar que hemos llegado a puerto. Una mañana de septiembre de hace dos años, emprendimos la última etapa de nuestra andadura por la escuela.

Zarpamos en un barco de vela para convertirnos en exploradores y exploradoras o simplemente, ver pasar las nubes.

Cuando iniciamos nuestro viaje, el destino era incierto. Nuestra piel añoraba la sal del mar, las brisas de las noches cálidas.

En aquel momento nos sentíamos como el poeta Rafael Alberti:

Gimiendo por ver el mar,

un marinerito en tierra

iza al aire este lamento:

"¡Ay mi blusa marinera!

Siempre me la inflaba el viento

al divisar la escollera"

Y Lidia escribió en nuestro blog recién estrenado un pequeño texto que decía:

Este verano fui a la playa de Huelva con mi primo, mis abuelos y mi hermana. Construimos una balsa con algunos palos que había, los agarramos con unas cuerdas y pusimos mi tabla debajo para que flotara más.

Como la balsa de Lidia, nuestro barco era frágil y hemos trabajado para fortalecerlo.

A lo largo de nuestro viaje, hemos padecido tempestades y sufrido borrascas. Incluso hubo un marinero que abordó otro barco en mitad de la travesía.

Durante nuestra particular singladura, hemos vivido aventuras y peripecias y cuando nos acercábamos al final, hemos comprendido que Ítaca era el hacia el que nos encaminábamos.

Ojalá que en vuestro próximo viaje no encontréis lestrigones ni cíclopes. Ojalá que nunca sufráis la cólera del feroz Poseidón. Pero si os los topáis, tened la certeza de que hallaréis la manera de vencerlos.